Dormido en dulzura y en gloria,
en confianza y demasía,
y la comodidad que a él se ofrecía
en forma de masa y euforia,
yacía el rey en lamentos.
¡Pobre rey! Ya nada veía
de tanto cubrirse con velos,
y es que sin más que mirar a los cielos
sus ojos de a poco morían.
Su vista por siempre dormía
y su reino lloraba en desvelo,
sufriendo angustiado el flagelo;
su rey ya no los veía.
Aceptando la triste agonía
cerraron sus fieles luceros,
el ver ya no les servía;
su rey, era el rey de los ciegos.