No ladra ya el perro de la entrada de la ciudad.
No.
No ladra el perro.
No.
como si unos dedos lo acariciaran.
Ni se espantan los pájaros que habitan las ramas,
ni las ranas que viven en las charcas,
ni las salamandras de las ventanas.
Las almenas están embarazadas,
De los hombres que huelen de nuevo a hombres y a hierba,
que lanzan sus arqueros nervios,
como los Aqueos contra los juncos,
preñando los surcos.
Se están retirando los turistas,
en sus naves con bocinas,
A otro cementerio.
A ver un nuevo pasillo de pueblo seco,
a través de un tuétano.
donde un muerto despierto,
les tiende la mano con un eslogan,
un turista un amigo,
en una esquina convertida en un museo.
Se han helado las huertas en un plato,
bebido el secano en una terraza.
Los hombres sin tierra,
que vienen a esta tierra sin amor,
sin albergar en sus deseos,
un sano principio de conquista, de posesión,
Solo se limitan a juzgarlo todo a su gusto.
Haciendo grandes las grietas,
con sus pies, con sus dedos,
con su corrosivo aliento de capricho,
hasta demoler el edificio,
devorando los cimientos por sus musgos.
Bárbaros Atilas de la cultura,
que por donde pasan no crece la hierba,
condenando a los pueblos autóctonos al exilio entre sus muros.
Con el turista se llena el espacio de vacío,
sin tierra,
sin agua,
sin aire,
sin fuego.
Se tornan los rostros de los nativos,
por los de un extranjero
una caricatura de la angustia y del dolor.
Desechados en sus cabañas,
devorados por los gusanos de la nada.
Asesinados por una manada de bueyes,
que viajan transportados en autobús,
arrasando a las comunidades con sus cámaras,
Angelillo de Uixó.