Dios podría ser,
como ése mar en calma,
que recoge
cada lágrima
del mundo que sufre.
Ya sea
la más pequeña,
que de una mirada triste
se escapa,
o la más grande
de un niño pequeño
que se queda sin madre.
Lágrima,
que recibe Dios
con gloria y honor,
en el mar de su amor
y de su verdad.
El sufrimiento es tan grande en la tierra donde mora el hombre débil y pobre, que solamente la gracia divina de su manso mar, puede corregir este gran desequilibrio, con la redención expansiva de las olas conformadas por lágrimas, que serán joyas de luz en su eterno porvenir celeste.