Apareciste aquella noche luciente
haciendo tibia una agonía en mi pecho
cuando agria era de mi alma su sequedad,
no detuviste tus encantos en esa débil luz
ni siquiera se detuvo una caricia
que suplicaba a lo lejos mi voz.
¿Quién dejó que buscaras esa noche oscura,
el deseo enardecido de este solitario corazón
consumido por una fría llama?
¿Quién permitió venir, sin previo aviso, a mi vista,
tus pardos ojos de engalanada?
¿Sabía el destino cómo encontrarme
en la ausencia de tu gracia y en el testuz de crepúsculo?
¿Es que acaso los aires y el cielo llegar no te vieron?