Si soy suicida, seguro sé
que lo heredé de él:
de un corredor de curvas peligrosas,
de un funambulista con artrosis en las rodillas,
de un ancestro que quizás
se dejó morir sin hacer nada;
o peor, dejó que le murieran
hasta que llegó su turno.
Pero soy un preso de confianza
en la cárcel de la vida;
un jugador en la ruleta rusa de la fortuna.
En un segundo llano
las centésimas son esdrújulas.
La pistola en la sien,
el dedo en el gatillo,
la fuerza justa,
sin seguridad, el seguro.
Esdrújulas centésimas y...
el martillo golpea la bala.
La ignición, que parece instantánea,
separa al casquillo del proyectil.
Este inicia su carrera espiral
por el túnel metálico.
Segundos llanos,
centésima esdrújula
y final agudo;
que primero rasga el cuero,
luego trepana el temporal,
liquidando a las neuronas que llevaban
el sonido tronante al cerebro.
(El suicida es el último en escuchar el disparo)
Un leve escalofrío al imaginarlo.
Soplo la punta del esdrújulo índice
y escribo sobre un papel:
\"Cuando leáis esto, estaré muerto\"