Para cuando el sol reaparezca
y las nubes sean un adiós que se disipa
ataré mis manos a tu muda cintura
que escurrirá como un soplo entre mis dedos
para clavarse muy al fondo
de mis más íntimos versos
aquellos que dedico muy de vez en cuando
en homenaje a lo profundo
a la cresta de la ola de una espera
o al disparo seco de tu visita en curso.
Sé que extravié mis pasos
y me hundí en un desconocido lodazal
donde respiro entre ahogos sin tu aire
allí donde cualquiera negaría su perdón
salvo tu alma presente en todos mis ocasos.
Te pude encontrar tras despojarme
de espejismos fantasías y locas altanerías
hallé tu mano compasiva ingresando a mi infierno
para dar alas otra vez a mis palabras
que se vaciaban en un charco de silencio
por todo y más te amo más que al alma mía
más que a los versos que hoy te escribo
y espero la dádiva de tu caricia inmerecida.
Roger Jaine