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Hola gentil dama,
nodriza manifiesta de mis inenarrables vicios.
Otra vez conmigo infaltable compañera,
que no riñes ni la más dañina pasión.
Bienvenida a mi noche.
Quédate conmigo y zambúllete en mis licencias
cuan mancebo orgulloso de su fértil desnudez.
No me temas soledad.
Ya me hiciste cómplice de tu mundanal y arrebatada vida
y no es fácil que te deje ir pronto…
Y si temes, te puedes unir a mis orgías
hasta perder la vergüenza y la razón.
También seré tu celestino.
El cómplice de tus desenfrenos y de tus ilapsos.
Podemos compartir vicios oh soledad:
compartirlos y vivirlos hasta la saciedad suprema.
Hasta el más consumado de los excesos.
Juntos nos acorazamos de los reproches
aquellos que conjugan el oscurantismo
y el temor para envidiarnos.
Y disfrazan su envidia con sermones,
reforzados por catervas decorosas.
Juntos podemos renunciar al cielo
ofrecido desde siempre.
Podemos construirnos nuestro cielo
y compartirlo con Dionisos.
Has encontrado al más concupiscente de tus compañeros,
te lo digo.