He escrito tu nombre en tantos lugares, que jamás podré borrarte de la memoria. Los pueblos cedieron sus marquesas de pedrusco para colocar tu figura en sus atrios de inmarcesible eternidad. Hermoso tiempo cuando nuestras vidas se cruzaron en una suerte de hechizo indisoluble. Inerme mi pecho frente a la realidad de este amor. Mil travesías en los pies de un viajante que agonizó el día en que se marchó de tu horizonte. Momentos amargos como la hiel en el plenilunio de Orión; una verdadera tragedia que me sacudió hasta sentir que al morir la tarde también se apagaba el último centelleo para ser feliz a tu lado. Un rasgar del alma en las frases hirientes, el veneno de la víbora en la yugular que pervirtió el mundo construido es una historia de capítulos inolvidables. Oh, serpiente que se arrastró con la maldad que expele gruesas iniquidades. Creíste las mentiras del áspid de cuello inclinado… ¡la malignidad descendió hasta la raíz de nuestras vidas; su peste fue como un volcán que arrasó con todo aquello. Solo quedaron las tumbas grises, escombros de oraciones fragmentadas sin la perpetuación de una pasión única; poemas heridos con el alma rota como si se tratase del suicidio en masa de todas las promesas de amor. El declive del arcoíris que se acostó sin los colores que decoran sus profundas franjas de luz. Y es qué cada tonalidad suya: son el pincel de Dios haciéndote un nuevo traje para fijar tu incomparable belleza. Atuendos que atesoran la majestuosidad de tu andar entre las nubes, que son como alas que te llevan hasta mi corazón…