Las calles lucían desoladas, el viento pasaba como si nada por ellas, sin esquivar ni un hombre o algún objeto. Yo era el único ser que se iba hacia algún lugar del mundo por las veredas, veredas sucias con cemento claro y añejo, por momentos roto. El sol palidecía, y la luna se asomaba por algún lugar del firmamento, el cansado astro amarillo la miraba y vencido dio un paso abajo. Mi sentimiento afloro como una rosa crispada por mi piel canela. Mis ojos buscaron el escondite perfecto para dormir su mirada. Olvide todo ese día. Hasta sus labios rojos profundamente delineados. Me fue imposible olvidar su forma de ser, esa actitud de niña simpática y celosamente mía. He aquí mis huesos crujiendo de frio por la noche prematura. He aquí ella con la cintura mene ante en mi cerebro, esa cintura que mis piernas celosas buscaban y la encontraban buscándome ella a mí. Sin duda éramos jóvenes para amarnos, pero muy jóvenes para olvidarnos. ¿Qué sabría mi olvido de olvidarla? Si apenas comprendo que el sempiterno existe, ¿Que sabrá mi corazón de amarla? Si le temo al techo del finito. Un sudor leve humedeció mis manos que dormían en mi bolsillo. Mi sonrisa irónica dibujo mi rostro. Iba de camino a verla.