Ven y bésame el alma,
muerde los labios que de a poco la descarnan,
destroza las ganas de otra libertad distinta a la tuya,
sedúcela, fractúrala, vívela, suéñala y satúrala.
Déjame mirarte a los ojos,
ser reflejo del témpano frígido de la perfección misma que lo condena,
báñame con ese esplendor que atenta contra corriente,
libértame, desgárrame, emancípame y péname con su luz.
Déjame penetrar a besos tu oído,
quiero ser esclavo maldito del centinela que lo encarcela entre listones de cabello color miseria,
prometo aullar de la manera mas grotesca lo mucho que te quiero,
gritarte, enfadarme, revolcarme en los restos del corazón que dejaron prospéctos de amantes fallidos si es necesario.
Dame la oportunidad de congelárme en la matriz de tu cuello,
de vertírme en rimas, líneas y textos sobre el frígido desazón de tus manos,
de finar toda duda y amargura sobre el tibio rencor que se fortalece ante el frágil contorno de tus brazos,
deja aferrárme al acre, lento, seductor y vigorizánte ritmo de los latidos que con amargo sudor empapan tus nalgas.
Quiero renacer y escurrírme en tu cintura,
mientras no dejas de jadear en mi oído lo mucho que me odias,
al unísono escupe con la errada hebra del olvido que ya no me soportas,
lengua a lengua agriétame con el saber de que no te importo, que nunca lo hice y nunca lo haré.
Corta toda señal de atadura que me pueda hundir en ti,
regálame con aversión la humedad de tu sexo que no piensa más en mi,
déjame tener el recuerdo vivido, humeante e irreal de tus sueños para poder censurárte con repudio,
y si algún día vas a largárte que sea de una maldita vez.
Nunca me han gustado las camas,
son mejores los cuerpos para desatar con furia la libertad,
condéname con la mínima muestra de respeto que puede ofrecer una mirada de rencor y desprecio al idiota que nunca te dejará de pensar,
soy fanático de los silencios, que con aspección y desprecio,
mientan madres, se entregan por completo y te dicen que no pueden más.