Aquel árbol fue mi amigo,
me dio sombra y cobijo.
Su tronco soportó mi agobio,
cuando, cansado tuve el cuerpo.
Aquel árbol, amigo mío,
un día sucumbió a los años;
el peso del tiempo fue consumiendo
sus fértiles raíces y sus tallos.
Aquel arbolito, amigo mío,
pronto fue hecho leña y añicos,
ni una rama siquiera
dejó como huella que retoña.
Así se convirtió en ceniza,
aquel mi amigo mío;
al igual que el hombre improductivo
que tras su muerte,
se enfrenta al que pudo haber sido.
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