Bocanada de niebla
que inagotablemente se anuda
entre mis manos
como si mi poema
estuviera en el límite exacto de la luz.
¡Adónde te has ido lámpara de mi asedio!
Doblegando la sombra
en tu similitud de estrellas,
cautivas todas por el aire.
¿Cuánto ha tardado el crepúsculo
en entregarme esta noche irrefrenable?
Para tomarla por sorpresa
toda desnuda para mí.
Candil que irrumpe
en la herida imaginaria de la noche,
en donde aún maúllan
los gatos de la luna entre mis sábanas.
Eres un animal inesperado
que se adosa a mi piel como el silencio.
Eres esta quemante transparencia,
manchita alborozada de lunas
esperándome bajo mi almohada:
ese aullido inconcluso
detrás de la noche
que desgastamos a besos.
Y luego yacemos
como reyes del silencio,
sobre el revés de la sombra.
Préstame, amor,
toda tu fosforescencia húmeda
de Dios confundido por el placer.
¿Cuántas noches escondes sólo para mí?
Vendaval plagado de estrellas,
destello que se escapa y regresa y se escapa
rodeando el campanario
solitario en la brisa del ayer.