Mi madre comía tierra.
Metía en su boca oscuros terrones,
y los deglutía.
Lo he dicho.
Luego volvía a masticar
y nos daba en la boca, disuelta en su saliva,
a mi hermanita y a mí,
una pasta imposible que tan pronto tragábamos
como vomitábamos.
Nos dejaba en una cama sin sábanas,
y se iba.
Nos levantábamos;
íbamos hacia donde estaban nuestros vómitos,
y jugábamos con ellos.
Hacíamos círculos con una pajita
en el charquito.
(Nuestro juguete,
nuestro pobre y escabroso juguete.)
Vendía su cuerpo en la calle,
ella, nuestra madre.
Estaba enferma, sucia, y era fea.
No volvía a casa esa noche,
aunque en su paseo no encontrara a nadie.
Mi hermanita y yo
tampoco encontramos a nadie.
G.C .
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