Los libros de mi mesa, abiertos se quedaron, incluso se combinaron con las almohadas y ropas para formar el desorden de la cama. Mi cuerpo se mantuvo tirado encima de ellos, mis brazos formaron una semi arca que sostenía mi cabeza. Te sentí tan cerca que el miedo me sacudió por un momento con la espesa noche. A oscuras mi habitación es un letargo fin, sin colores, sin nada, es así como estoy yo, sin ti.
No puedo concentrarme a la hora de realizar cualquier cosa, es un drama de rosas. Tu cara se me pinta sola en el delirio, tu cabello se adopta a mi atmosfera fría. Tus caricias me someten a la soledad chirriante y espeluznante. Hoy me llamaste apenas acababa las 12, mi corazón salto de nervios, mis manos buscaban tranquilidad en mis rodillas. Cuando hablas quizás te pierdes lentamente, me cuentas que no haces nada sin mí, y que extrañas mi humor infantil, y otras cosas más- hasta podrías llorar en la línea diciéndome cosas muy dulces e inocentes. Diciendo o más bien pidiendo con un tonito de suplica amorosa que aparezca en tu cama, que renazca del viento hasta tu lado, sediento de ti, y que enrede mi manos con tus dedos suspicazmente. Hasta podrías decirme que extrañas mi sonrisa, yo me ruborizo con cierta dificultad, pero disimulo para sentirme seguro.
Al dormirte recuerdas todo lo que pasamos, como una tonta película lenta y misteriosa. Me recuerdas contigo andando por las calles grises y peligrosas, con parques vacios que a veces se asomaban a mirarnos. Recuerdas que al caminar pensábamos sin imaginar que sabíamos nuestros pensares. Solo hablábamos y hablábamos con cierta complicidad, al hablar tus ojos se expandían por todo mi horizonte, y tus labios dejaban notar tímidamente tus dientes blancos. Tu voz aparentaba seguridad al comienzo pero quizás fue un simple cascaron, al igual que tu cabeza. Pensábamos en irnos a tu casa, para quitarte la ropa desesperadamente. Y yo desvestirme al mismo tiempo mientras buscabas entre mis piernas mi intimidad. Recuerdas, te besaba con cautela y a paso lento, pero a punto de caer por tus senos, llegando por tu barriga y recordarte el ombligo con mi lengua. Luego husmeaba por entre tus piernas como un oso hormiguero sediento de tu vulva. Mis dientes te escarbaban los labios vaginales como si encontrara algo dentro.
Tus manías son parte del recuerdo y aunque sé que te veré otra vez, tengo miedo a perderte. Tu voz ahora sonaba débil y un poco insegura. Me vuelve loco hasta el estilo con el que te despellejas los labios con tus dientes. Me enloquece el hecho de tenerte.