Qué sería de nosotros si nos quitaran los adjetivos, cómo describiría esta sensación que brota y sofoca mi pecho como un león desfalleciendo por el hambre. ¿Podría decir que mi alma obscurece, se dilata en abismos prolongados hasta el infinito? No puedo, a decir verdad, explicar con un limitado y ambiguo adjetivo que mis palabras son cristales crujiendo en la obscenidad de lo transgredido por la vida y sus precipicios.
¿Dónde está esa palabra que describe a placer la cualidad de mi alma con exactitud? ¿Habrá lenguaje escrito o por escribir que contenga dicho concepto? ¿O habrá que materializarlo con los instrumentos descubiertos por los poetas: la sangre y la piel?
Hoy rebusco en mi carne y los huesos, en sus dolores y alientos, esas letras que me sirvan como material para la palabra que mi alma no puede construir, aquel lexema que reúna toda la soledad, la desdicha y ese antagónico de la pasión. Espero encontrarlo, hallarlo antes de ahogarme en adjetivos que no comprendan en la exactitud mi ser. De ser el caso que fracase mi búsqueda, habré caído en el sustantivo que muta de categoría por obligación: la nada.