Muy cerquita de la Navidad
salí como todos los años a visitar
la Residencia de la Tercera Edad
cargada de afecto que brindar.
Al llegar contemplé con alegría
el ambiente que allí se vivía,
pues los abuelos muy ufanos
el pino navideño iban adornando.
Farolillos, luces, guirnaldas
colgaban de sus verdes ramas
y hasta una Virgen Inmaculada
confeccionada por una anciana.
Todos cantaban al unísono
canciones añejas y villancicos
¡con el mismo entusiasmo
que si fueran niños.
De pronto vi aislada en un rincón
una abuela en su toca arrebujada
mirando al grupo sin prestar atención
con las manos juntas y fija la mirada.
Me acerqué a ella con cierta reticencia
y al verme llegar entristecida me decía:
¡Ésta, señora, no es la Navidad!,
¡la de mi casa y mi familia!,
la que me daba felicidad!
Ya nunca más cantaré Villancicos
porque me olvidaron mis hijos,
solamente me acompaña Dios
hasta el día que diga adiós.
Me quedé sin aliento, muda de estupor
y desde muy adentro hablé con Dios:
Vuelve hacia ella tus ojos de amor
y... ¡Perdónanos Señor!
Fina