Le encantaba aquella muñeca. Tan rubia, con el pelo tan largo y brillante. Se imaginaba peinándola y haciéndole mil peinados. Cada vez que pasaba por delante del escaparate se quedaba embelesada mirándola. Tenía un hermoso y brillante vestido de princesa, con una gran lazada atada atrás. Era un sueño de muñeca. Se quedaría todo el rato mirándola, pero mamá siempre tenía prisa y tiraba de su mano, para que siguieran andando.
La pequeña Sara hacía días que le había escrito la carta a los Reyes Magos y solo les había pedido una cosa, la preciosa muñeca. La deseaba tanto que contaba los días para que llegara el ansioso día en que sus preciadas majestades dejaran sus regalos y eran tantos los nervios que sentía que hacía que se olvidara de algo que también la preocupaba. Sabía que papá y mamá no lo estaban pasando muy bien pero evitaban hablar de ello cuando ella estaba presente. Pensaban que porque era pequeña no se enteraba de las cosas pero había oído a la abuela hablando con una vecina, y estaba llorando…algo decía de que papá se había quedado sin trabajo, por eso mamá había empezado a limpiar algunas casas y portales. La abuela decía que su pensión no daba para más. De esto hacia ya meses. Le preguntó a la abuela, y ella se limitó a darle un beso en la mejilla con una rica galleta recién hecha, mientras se daba la vuelta y se pasaba un pañuelo por los ojos. Lo cierto es que papá estaba más por casa, pero se le veía más delgado y triste…y mamá estaba más seria y siempre llevaba los mismos vestidos, pero aun así no dejaban de abrazarse, y cuando aparecía Sara, abrían su abrazo y así los tres unidos permanecían un buen rato, hasta que entre risas rompían el abrazo.
Y los días fueron pasando y por fin llegó la noche del Reyes. Ese día Sara cenó muy temprano porque quería acostarse pronto, sabía que si los Reyes la veían despierta, corría el riesgo de que no le dejaran nada pues la magia desaparecería. Así que aunque no le apetecía mucho ir para cama, terminó por hacerlo.
Al día siguiente se levantó la primera, salto rápidamente de cama intentando no hacer ruido para no despertar a la abuela, se calzó las zapatillas y se puso rápidamente la bata. Sabía que si no mamá la reñiría pues decía que le podía coger el frio. Corriendo fue al comedor, echó una rápida mirada y no vio nada. ¡Qué raro pensó!, era el sitio donde los Reyes solían dejar sus regalos…Un poco contrariada y con el corazón latiéndole muy deprisa, volvió para atrás, y muy despacio entró en la habitación de sus padres…y tampoco vio nada…decidió pasar por la cocina, no fuera a ser que por despiste los hubieran dejado allí, pero ¡nada!...ya un poco más seria volvió a su habitación, la que compartía con la abuela, ¡nada!, hasta pasó por el cuarto de baño y ¡nada de nada!...No podía ser, pensó…¡como se iban , los Reyes, a olvidar de ella!...pensando , pensando, solo había hecho rabiar un poco a mamá y a la abuela…pero de eso ya hacía mucho….los últimos días había sido muy pero que muy buena…En estos pensamientos estaba cuando regresaba al comedor. Plantificada en medio, lo escudriñó y entonces fue cuando al lado del árbol vio un pequeño paquete y a su lado un sobre.
Con mucho cuidado lo abrió, y vio que era una carta…poco a poco la empezó a leer, le llevó su tiempo, pues leer aun le costaba un poco:
Querida Sara, como sabrás hay muchos niños que lo están pasando mal. Sabemos que fuiste muy buena, es por eso que esperamos que no te importe que les dejemos los regalos a ellos primero. No te preocupes, pronto tendrás noticias nuestras, mientras tanto te dejamos estos caramelos que sabemos que son tus preferidos.
¡No se lo podía creer!, los Reyes habían estado allí y le habían dejado una carta de su puño y letra firmada por ellos tres.
Temblándole las manos alzo la vista y vio que sus padres agarrados de la mano y con lágrimas en los ojos la estaban observando. Sara corrió hacia ellos mostrándole la carta, sonriente y nerviosa, ¡mira, mira, hasta está firmada por ellos!, sus padres la abrazaron, pero Sara se soltó rápidamente para ir a enseñarle su carta a la abuela.
Los meses siguieron pasando, pero Sara no olvidaba su carta, de hecho la tenía guardada debajo de la almohada, y cada noche la releía y así se quedaba dormida con la confianza de que pronto tendría noticias de los tres Reyes.
Un buen día por la tarde, el papá de Sara apareció por casa, venia radiante y toda la familia pregunto qué era lo que le ocurría…simplemente contestó ¡por fin tengo trabajo! , no hizo falta que dijera nada más, la alegría que mostraba ya lo decía todo.
Poco a poco las cosas se fueron normalizando…la madre de Sara seguía trabajando pero no tan a destajo, y la abuela seguía ayudando en todo lo que podía. Su padre ya no estaba tanto por casa pues trabaja mañana y tarde, así que Sara disfrutaba de su compañía todos los fines de semana en que su papá descansaba, además del pequeño ratito que pasaban juntos cuando cada día él al llegar de trabajar, acudía a su habitación para darle el beso de buenas noches.
Una tarde el padre de Sara apareció con un gran paquete envuelto en un bonito papel de regalo, fue hacia ella y le dijo tras darle un beso ¡es para ti! Sara abrió los ojos como platos, rápidamente con gran nerviosismo rompió el papel y dentro de una bonita caja, allí estaba su preciosa muñeca. ¡Que linda es!, dijo, y abrazo largo tiempo a su padre.
Por la noche, cuando ya estaba en cama con su querida muñeca, metió la mano debajo de la almohada, saco la carta de los Reyes Magos y la releyó como tantas veces había hecho. Sonrió y en voz alta dijo –gracias-, la besó, la dobló cuidadosamente y la volvió a meter debajo de la almohada. Se acurrucó bajo las mantas abrazada a su muñeca y así, apaciblemente, se quedó dormida.