Ya el otoño llegó y aún busco aquella
novia lejana, cuyo cuerpo leve
es un ampo de rosas y de nieve
en que embrujada se quedó una estrella.
Y aunque no pude ni encontrar su huella
y en los inviernos de la vida en breve
escarchan mi sien, algo me mueve
a seguir caminando en busca de ella.
Más pienso a veces que quizás no existe
y que jamás sobre la tierra triste
podré con ella celebrar mis bodas.
O que éste loco afán en que me abraso
la busca en una sola cuando acaso
se halla dispersa y diluida en todas.
Eduardo Castillo.