Frente al espejo perfilaba su sonrisa.
Con ella su taxímetro comenzaba a correr;
trescientos setenta era su tarifa,
por una horita de intenso placer.
Y perfumadita de amor,
Daniela, se acercaba a la doscientos veintidós
Y un hombre, apenas arrugado,
ansiaba ese intenso placer,
los detalles que un amigo le hubo contado,
y que nunca probó con su mujer.
Y perfumadito de amor,
Daniel, esperaba en la doscientos veintidós.
Daniel Ortega esperaba.
Daniela Ortega se acercaba.
El era de Ceuta, ella caballa era.
Daniel Ortega esperaba.
Daniela Ortega se acercaba.
El tenía dos hijas, ella una hermana pequeña.
¡Daniel Ortega esperaba, la que fue terrible espera!
Daniela Ortega se acercaba y llamaba a la puerta.
Y ambos dos, perfumaditos de amor,
al verse, solo sintieron el intenso dolor
de pensar en la esposa y madre Manuela.
Y en el umbral de la dos, veintidós,
dos miradas se ahogaron en la honda desilusión.
Y en el umbral de la dos, veintidós,
dos miradas de odio, de angustia y de temblor.
Y en el umbral de la dos, veintidós
dos miradas vistieron imperdonable traición.
Y en esa maldita puerta,
ambos dos con suma vergüenza,
aprendieron a vivir
con el hondo sufrir
de ocultar el tormento,
de aquel terrible momento,
a la esposa y madre Manuela.