Hoy caminé por los lugares
que solíamos frecuentar,
aquellos donde mis penas se hacían alegrías y mi corazón retozaba de gozo.
Creé en mi mente la imagen
de tu delicada piel junto a la mía,
del viento rozando suavemente
tu cara angelical y el sol iluminando
tus bellos ojos de cristal.
Acaricié tu cabello,
tan sedoso como las rosas de primavera y me refugié en el dulce soneto de tu voz.
Una chispa de agua cristalina cayó sobre mi regazo y me obligó a despertar.
Observe a mi alrededor y sentí de nuevo esta horrible soledad.
Mientras caía la lluvia solo pude evocar la fría belleza de tu cuerpo pálido y la ternura de tu rostro que no pudo vencer ni siquiera la asfixiante muerte.
Llovió, amor mío, llovió fuertemente, y aquella lluvia, sirvió para ocultar mi amargo llanto.