El tren devora los raíles
con hambres ancestrales.
Por mi ventana vuela el presente
como un caballo
con las crines en llamas,
los árboles desfilan impasibles,
centinelas de un tiempo que se escapa.
A lo lejos, la vida se detiene,
es el futuro que ensaya su llegada
donde el cielo y la tierra parecen abrazarse.
Las ruedas chirrían y lo vagones crujen,
hace siglos que partió el expreso
de la cósmica estación sin nombre
siguiendo las vías que el destino marca,
salvando precipicios, horadando puertos,
bordeando abismos de vértigo insondable.
Perdí el reloj, lancé los calendarios
a las mandíbulas feroces de los vientos,
liberado de Cronos me concentro
en mirar el paisaje de mi vida
a través de la sucia ventanilla.
¡Qué condena sería un viaje eterno
encerrado en el tren a la deriva!
Sueño ya con llegar a mi destino
y apearme al fin y reencontrarme
con aquellos que partieron antes
y quizás me esperen en el andén del tiempo
con los brazos abiertos, y una cama limpia.