Caminando sobre arenas caldeadas
me hallo sumido, atrofiado. Alcalinos
ojos, como devoradores de tiempo y luz
desde un trono de oro y tiniebla funden.
funden al más esperanzador de los cielos.
Es el devorador de luces, que salta a por mí.
Rechinan sus garras sobre el piso de huesos,
no hay misericordia en desgarrar la carne virgen
de un manso y cualquiera halo de vida.
Asi arrastra sus pútridas cadenas y
sus destempladas alas;
dos membranosas túnicas de frío escamar.
Me visita cada noche, mientras muñecos…
En trapo cosidos, son hendidos por la mitad.
Víctimas, mártires de sus dientes
y en un chascar macabro
brota sangre y… Vísceras.
De sus fauces, solo infiernos de mercurio
Infiernos de sílex y taipan.
Es el devorador de luces, el lamento perdido,
la voz desamparada. Que quiere mi alma,
que quiere mis huesos de calcio y terror.
Ya rasga mis vísceras como un aullido de gárgolas
y regurgita de asco el gélido termo de mi derrota.
Cada noche, cada noche, cada hórrida noche
El devorador de luces,
El emperador de sangre me visita,
de festín sorbe mis sesos uno a uno, uno a uno. Y
saciado ya, escarba entre mis restos
algún retazo de valía, algún trozo
de mi legítimo y desgastado cavilar.
Pero;
ya se retira.
Pero volverá, volverá para recordarme…
Al devorador de luces,
la fuente de sangre y tristeza que nutre mi mirada
ya se retira el devorador de luces, pero
volveré, para acabar cada noche
ese vago naufragio de mis ojos.
Volvere, volveré a por las hebras de alma
Que me quedan entre las venas y su latir.