Déjame renacer entre tus muslos,
sumergirme en tus aguas bautismales
y volver a la vida como un niño
acunado en tus labios maternales.
Déjame confirmar que aún sigo vivo
enredado en tu vientre y en tu carne,
recorriendo el sendero de tus valles,
de regreso a tus tibios manantiales.
Déjame que redima mis pecados
entregado al deseo que en ti arde,
soportando el ataque de tus dientes
que se clavan en mí como puñales.
Déjame comulgar entre tus labios
con tu lengua divina y trepadora,
con el vino sagrado de tu aliento,
del sudor de tu piel embriagadora.
Déjame recibir la unción sagrada
de los óleos que emanan tus axilas,
de los bálsamos tibios de tus ingles,
del divino sudor que en mí transpiras.
Y ordenarme en tus pechos generosos
escalando sus cimas boca a boca,
conquistando sus picos con mi lengua
y bebiendo sus nieves amorosas.
Y perderme en tus brazos para siempre
y sentirme en tu cuerpo desposado
poro a poro, mujer, esposa mía,
más allá de los siglos y los hados.