Los cambios vienen solos,
como solas se lleva el viento
las palabras que dijimos
y las aves que el cielo pueblan
cuando se acerca el invierno.
Los cambios vienen solos,
como solas quedan las ostras
cuando pierden sus perlas
o los peces que navegan
por aguas muy revueltas.
Los cambios vienen solos,
como las playas solitarias
y las olas que dan a ellas,
como el iris de una pupila
que nadie mira ni observa.
Los cambios vienen solos,
como solas están las luces
que brillan con más fuerza,
como nace el agua clara
en lo más alto de la Sierra.
Los cambios vienen solos,
como solas las palabras
y las muecas y los actos,
como el rayo que centellea
al caer sobre un árbol.
Los cambios vienen solos,
como la hoja que verdeguea
al tronco antes derrotado,
como labios que piden besos
a otros labios deseados.
Los cambios vienen solos,
como las rosas que florecen
en los días más tormentosos,
como la lluvia que sorprende
a las gotas azules del océano.
Los cambios vienen solos,
como el alma cuando siente
aquél profundo desconsuelo,
como una moneda mellada
donde el canto es toda ella.
Los cambios vienen solos,
como se quedan los sueños en la noche,
como nacen los párpados con el alba,
como los labios resecos que lloran
por aquellos labios que besaban.
Los cambios vienen solos,
como las dulces miradas que nos devoran
y los caminos trepidantes que no tomamos nunca,
como las palabras que susurramos casi en silencio
a esa alma desbocada y peregrina en la distancia.
Los cambios vienen solos,
muy lento es su paso,
pero si no nos damos cuenta,
se van muy rápido.