Jugamos a ser lo que no somos; nuestro secreto se escondió en cuatro paredes, donde dos cuerpos se unieron para darle vida al amor de dos mentes atrapadas en un pequeño y frio lugar. En las noches nos vivíamos y nos bebíamos, nos llenábamos del otro para así poder sobrellevar la indiferencia del día, de vernos sin tocarnos, de unir nuestras miradas sin que se derramara el deseo que desbordaba nuestras almas, y así al terminar el día lográbamos tener tanta sed del otro que solo deseábamos escuchar el sonido de la puerta cerrándose para saciarnos de nuestra propia y apasionada realidad. Besos, caricias, miradas, lecturas, juegos… aumentaban con cada noche nuestra intimidad al igual que el conocimiento y el deseo por el otro; el tiempo fue desapareciendo, llego a no existir, solo había espacio para nosotros y el afán de unir tanto nuestros cuerpos hasta llegar al punto de besarnos el alma. Verme reflejada en sus ojos, deslizarme por su piel, colgarme en sus pestañas y tocar el cielo a través de sus labios incrementaban el anhelo de despertarme junto a él el resto de mis días, de abrir la puerta y gritarle al mundo un “nosotros” para no privarlo de tan bello amor; pero el sol llegaba junto con la despedida de nuestros cuerpos unidos, salíamos de la burbuja creada por el amor de la noche y que explotada por la apatía de la mañana. Junto con el sol nos asomábamos al mundo, mostrándonos, aparentando o siendo solamente amigos… algunos días sentir el rechazo de su mirada y percibir su desinterés me hacía dudar de nuestras noches en vela. Amar las noches y repeler los días, crear heridas e inventar cicatrices, amigos… amantes… dualidades determinadas por una puerta, por personas, por intereses, por deseos , por apariencias… Y así jugamos a ser amantes, a ser amigos, a ser realidad, a ser instantes, a ser NADA pero a la vez a ser TODO.