Ahí estaba, dando lo mejor de sí, como siempre. Para eso había sido preparado y estaba orgulloso de ello.
“Ellos” no lo veían, no lo consideraban, no lo valoraban. Quizás era demasiado insignificante, banal, común. No era su característica hacerse notar, ser el centro de atención o buscar promociones. Quería ser valorado por lo que “era” y no por lo que “hacía”.
Amado, respetado, considerado por sus alumnos. Era su enseñamiento límpido, profundo, existencial, espontáneo.
Quien se acercaba a él podía sentir su cercanía, respeto, consideración.
Tenía el don de escucha y empática. Sabía escudriñar el corazón de sus interlocutores, verificar la capacidad de cada uno, lo que podían dar y les exigía lo máximo, en base a sus posibilidades. “Si tienes la capacidad de darme 100 y me estás dando solo 50, algo no va. Esfuérzate, tú puedes. Te acompaño, veamos que te impide dar el máximo de tus posibilidades, no por mí, yo hoy estoy, mañana quien sabe, sino por ti mismo. No seas conformista, sé inconforme ya que siempre se puede mejorar”.
En cada oportunidad que tenía les repetía: “la humanidad es la llave que abre todas las puertas, sobre todo en la educación. Recuerden siempre: Lo primero que educa es lo que el educador “es”, lo segundo es lo que el educador “hace” y lo tercero y último, es lo que el educador “dice”. En ese orden mis queridos. No hay cosa más destructiva en la docencia que decir algo y hacer todo lo contrario, es decir, la incoherencia”
Su mayor satisfacción era cuando al final de curso alguien se le acercaba y le decía: “gracias profesor, de usted he aprendido tanto. Me ha sabido acompañar con paciencia y determinación. Nunca le olvidaré”. Deber cumplido. Trabajo realizado. Lo demás no importaba.
Con el pasar del tiempo comenzó a sentir el cansancio y la mella que producía la indiferencia de “ellos”. Consultó su corazón y resolvió (con cierto temor) buscar otros horizontes. Quería ser considerado. Tenía el derecho de ser amado y respetado. Había dado y daba, pero también quería recibir, no tanto lo material (si venía bien recibido estaba) sobre todo espiritual: comprensión, consideración, un “gracias lo estás haciendo bien”… Un día de Septiembre se marchó.
Ellos comenzaron a echarlo de menos. Descubrieron su valor, pero ya era demasiado tarde, nunca más supieron de él.
La última vez que lo vieron llevaba con una maleta en su mano. Su andar era sereno. Pasos firmes. Iba con la frente en alto tarareando una vieja canción.
Seguro que la noche lo encontró en su camino, mas su corazón latía fuerte y emocionado, andaba al encuentro de un nuevo amanecer.