En la escuela me enseñaron
todo cuanto hay en los libros;
y he vivido asesorando
a reyes, banqueros y ministros.
Y he vivido arrepentido
de que nunca me enseñaran
el mirar del atrevido,
que sonriese a mi Amanda.
La niña, que se sentaba
en clase dándome la espalda,
y a la que tanto yo quise
girar para besarla,
mas mi terror al pupitre,
este poema me callaba:
“Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... ¡Yo no sé
qué te diera por un beso!”
Y ahora de arrugas vestido,
arrepentido ante el espejo;
a mis nuevo pupilos
solo doy este consejo:
¡corred, sin miedo, al pupitre,
a ese que os da la espalda,
girarlo con todas las fuerzas,
y mirando a vuestra Amanda,
con el valor del poeta,
sonreid hasta besarla.
“Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... ¡Yo no sé
qué te diera por un beso!”