Las 10.27 de la mañana.
Omar entró a la basílica. Había mucha gente. Los últimos bancos estaban ocupados. No tuvo otra opción que ir hacia la mitad de la iglesia donde encontró un puesto. Con mucho respeto, se arrodilló y oró en silencio:
“Dale señor el descanso eterno, brille para ella la luz perpetua”.
A las 10.30 comenzaría el funeral. Había llegado intencionalmente momentos antes de comenzar. No quería saludar a nadie. Solo asistir y desaparecer.
A lo lejos Omar vio a Eugenio, su querido amigo. Estaba sentado al lado derecho del altar. Su mirada perdida. Honda tristeza le embargaba. Quiso correr, abrazarlo, arropar tanto dolor…se contuvo.
Miradas indiscretas lo miraron. Algunos cuchichearon mientras lo veían. Otros le saludaron con una amplia sonrisa a la cual correspondió.
A cierto punto las miradas de Eugenio y Omar se encontraron. Por la tímida sonrisa que le regaló Eugenio a su amigo, supo éste que lo estaba buscando con la mirada y sentía consuelo al verlo. Se saludaron con una inclinación de cabeza y un guiño imperceptible. Era lo más que se podían permitir en aquel ambiente.
Silencio total a pesar de tanta gente. Tantos conocidos. Hartos recuerdos invadieron la mente de Omar. Algunos gratos, otros no tanto.
Al centro, delante del altar mayor yacía la urna. Cubierta de flores blancas: lirios, crisantemos, tulipanes, rosas…. Fluctuaba un aroma dulce de fragancias e incienso en el ambiente. En su interior estaba ella, Elvira. La madre de su mejor amigo, perdón, de quien fuera su mejor amigo.
Por esas circunstancias de la vida que aún no entiende, se convirtió en su enemiga. Lo odió con todas sus fuerzas. Logró minar una amistad de trece años hasta romperla. Quiso a su amigo con todas sus fuerzas. Fue su chofer, su consejero, su cocinero, su enfermero, su protector, pero sobre todo su hermano y confidente.
Una mentira tejió Elvira en medio de la amistad, acompañada de envidias, intrigas, hipocresías. Su amigo creyó a su madre (qué otra cosa podía hacer, era su madre), no dio crédito a su amigo quien ofendido y dolido se marchó de su lado.
Después de dos años de ausencia, el sábado a las 23.00 escuchó Omar su celular sonar. Se sobresaltó, ya que estaba dormido. Al contestar reconoció la voz de su amigo:
Omar, soy Eugenio, perdona la hora, te llamo para informarte que mamá acaba de morir.
¿Cosa? ¡OH Dios no! ¿Qué sucedió? Lo siento de veras – respondió sobresaltado mientras sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo -
Tenía tiempo conmigo aquí en mi piso. En la tardecita Héctor, mi primo, le dio una sopa y la acompañó a la habitación. Le ayudó a acostarse. Mamá cerró los ojos. Héctor escuchó una especie de ronquido y ahí quedó. El pobre se sorprendió sobremanera. El problema – prosiguió - es que estoy hospitalizado y no puedo ir a casa. No me dejan salir. Además es muy tarde – dijo con voz angustiada –
Eugenio, cualquier cosa que necesites estoy a tus órdenes. ¿Quieres que vaya para tu apartamento? ¿Quieres que vaya al hospital? Es cuestión de poco tiempo, cojo el coche y voy – le refirió –
No, tranquilo. Ya está yendo Andrea para allá. Menos mal que él se va a encargar de todo junto con su familia. Yo solo quería avisarte – le dijo con voz triste -
Ya lo siento amigo mío, de veras lo siento. Te repito, si hay algo que puedo hacer solo dímelo.
Gracias, sé que puedo contar contigo – se le entrecortó la voz. Estaba llorando - El funeral - prosiguió - va a ser el miércoles. No la llevo a Venezuela. Sabes que Ricardo, mi hermano, vive en Mérida. De enterrarla será en Caracas y ahí va ha estar sola. Al menos aquí, en Roma, la podré visitar cuando quiera. También el gasto del traslado es bastante elevado – le refirió -
Imagino tus sentimientos de impotencia en este momento y tu intenso dolor, lo siento mucho. Según me dices murió serena. ¡Descanse en paz! – le dijo en forma espontánea tratando de consolarlo –
Sí, murió serena. Bueno Omar, solo quería avisarte – le dijo –
Gracias de nuevo. Mañana voy a visitarte al hospital. Trata de descansar lo que puedas. Un abrazo – fueron sus últimas palabras antes de colgar –
Los cantos fúnebres interrumpieron el silencio. Unos cincuenta sacerdotes estaban presente concelebrando. Un cardenal presidió la ceremonia. Muy solemne todo. Al finalizar la homilía el cardenal elogió la figura de la señora. Al enumerar sus virtudes, sus buenas acciones, su caridad, Omar no pudo contener una sonrisa y mover su cabeza de un lado a otro. Quiso ahogar su voz interior dejando su mente en blanco…mas no lo logró.
Ya para concluir la ceremonia se dirigió a la salida de la Iglesia. Apenas terminara la eucaristía se iría. No quería ser asaltado por los amigos comunes que seguro le reprocharían todos estos años de ausencia, mas ninguno le había llamado durante todo ese tiempo. Tampoco se iría al cementerio. Si estaba en la ceremonia era sobre todo por su amigo, para acompañar su dolor.
Antes de irse oró de nuevo: “descansa en paz Elvira. Tus razones tendrías para actuar como lo hiciste. Ya te he perdonado hace mucho tiempo, espero que tú lo hayas hecho conmigo si en algo te ofendí…!descansa en paz!….
Con paso firme salió del templo enjugando una lágrima. Perdióse en medio de la multitud.