Las uvas negras
Siempre fui pobre, nunca tuve nada,
ni la palabra que tuve o la que escribo,
que esas me las regala el estar vivo,
que esas me las ofrece el estar ciego,
para usarlas de bastón o de fiel perro lazarillo,
para entregarlas cual migas a los cuervos y palomas,
para apenas regalarlas como rastros del camino,
para no desfallecer cuando me pierdo en plena nada,
que esas me las dedica el tiempo que ando
detrás de una verdad en que dormirme acurrucado,
detrás de una razón en que vencerme, sorprendido,
de tan sólo ser yo quien puede darme esa victoria.
Fui sólo un niño más, condecorado por las aguas
de un río que me traje con un cauce que me ayuda,
de la casa de mis padres traje el eco
de esas paredes largas como cordilleras,
de mi ciudad traje la niebla, esa que habita en mis cajones,
lo pueden ver, sólo soy un hijo de provincia,
ni campesino que venció en Santiago,
ni santiaguino que volvió a sus lares,
un desterrado en estas calles de asesinos,
un condenado por los gritos de la ausencia,
apenas hombre porque mi semen reproduje,
apenas alto por alcanzar las uvas negras,
apenas yo porque me dieron este nombre
y, si supe cuidarlo, cuando todo se ha perdido,
lo perdí también en mil esquinas de mis sueños.
Y tengo miedo, como siempre tengo miedo
de que sean de verdad estos fulgores,
esa estrella, esa mano que me envuelve y me acaricia,
ya no es mi madre, la mía se ha dormido,
ya no es mi padre, ese galopa bajo tierra,
no son mis propios dedos, esos sólo escriben,
ni es la madre de mi hijo, ella vuela en sus propias armaduras,
son tus palabras, te lo digo, las que temo,
tus promesas de amor, tus firmes ojos,
tu propia soledad, hecha de costas que visito
y en que me desnudo fácilmente, como el agua
y en que te desnudo fácilmente si te miro.
Tengo miedo de ti, de mí, de que me ames,
de amarte sin lugar, sin tiempo, sin distancia,
de que me puedas ver amaneciendo y desolado,
sin nada que ofrecer salvo mis pobres huesos blancos,
de que me puedas dar la fuerza que no tengo,
yo que parezco montaña hirsuta de mi patria,
yo que levanto ciudades con mi pelo,
yo que medito en amores imposibles
y al fin termino en tus brazos como un perro vagabundo
o madrugando con los ojos arrasados de nostalgia.
Los acabo de abrir y estoy llorando,
lo acabo de soñar y es que te veo
venir con tu altivez, con tu pasado,
con tu tiempo y tus propias precisiones,
y no sé si escapar otra vez hacia el olvido
y no si sé nadar ya desnudo hacia tu pecho,
como ves, no sé ya, de viejo y de cansado,
más que volverte a ti la mano que me extiendes,
la mirada en que veo lo que quizá no has visto
y la palabra mía, esa que, te digo, vale
lo que mi corazón de pueblerino en el cemento.
Me veo amanecer, son tantas todas las preguntas
que me querrás hacer, que hasta la barba me la arranco,
te espero para hablar, tengo una vida, si la quieres,
contigo he de empezar a conquistar cada respuesta,
pedazo tuyo soy, y si este es sueño o pesadilla,
contigo lo sabré, con los ojos bien abiertos
y aprendiendo a no temer jamás de lo que digo.
¿Me quieres? Ven por mí, que me derrumbo.
¿Te amo? Voy por ti, que en mi caída
te he de dar el infinito que he encontrado
con mis diez dedos y en la vieja voz que ya recojo
de mi dejar caer mis viejos muros para que entres
y de levantar los nuevos nidos para el vuelo de tus alas.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
21 01 16