Alguien
se ha dejado olvidado un papel sobre la mesa
y en él leo tu nombre,
tu número de móvil y la marca inequívoca de haberse
derramado el café.
Querida Elizabeth, nunca he dudado del valor exotérico que tienen los diamantes,
ni he llamado a la puerta de un anciano con síndrome de Diógenes
y no va a ser ahora cuando empiece a comprar preservativos
para hablarte a los ojos,
no he sido un defensor de la poesía bucólica
para olvidarme hoy de que existen criterios estrictamente estéticos
para andar por la vida,
pero escucha
no tengo vocación de dinosaurio marino
ni filmé la película en que alguien disparó contra Trotsky,
soy un tonto y lo sé,
un tonto que parece un teólogo enigmático y aunque he sido
un mediocre estudiante
aún llevo muy arraigado el sentido de la imbecilidad.
No seas quien me venga a decir de qué otra forma
ocurrieron la cosas a pesar
del olor que despiden,
no seas tú
quien me diga que llego tarde a casa y apesto a barbitúricos
si resulta
que hay sonrisas borradas y restos de café sobre la mesa.