La noche a dormir llamaba.
Después de quitarse el traje
y limpiarse el maquillaje,
a su espejo le confiaba:
Arrugas, ojeras, canas...
lo sé, son mi realidad.
No me queda vanidad,
solo de dormir, las ganas.
No te inquiete tu reflejo
porque no es ni la mitad
de lo que eres en verdad.
Te lo digo yo, tu espejo.
¿Qué es lo que quieres decir?
La juventud he perdido.
Eso, lo tengo entendido,
y tú, no sabes mentir.
No me preguntes qué digo
ni por la belleza que hallo.
Pregunta por lo que callo
yo, que soy tu fiel amigo.
Yo te aconsejo, señora
que aprendas tú pronto a ver
la belleza de tu ser
que yo no reflejo ahora.
Tú edad puedo reflejar,
mas no toda tu experiencia,
tampoco la trascendencia
de tu ser, vivir y obrar.
Refleljaré tus ojeras
noches de estudio sin cuento
mas no tu conocimiento
ni tus palabras certeras.
Reflejo lo corporal
y lo que de tu alma aflora
pero nunca, mi señora
tu belleza espiritual.
Porque hay mucha más riqueza
en el humano existir
que yo no puedo decir.
En eso está tu belleza.
Tienes razón fiel espejo.
Me has abierto un panorama.
No olvidaré que una dama
es mucho más que el reflejo.
Y después de esto decir,
al espejo, agradecida,
con mirada humedecida,
sonriente, se fue a dormir.