Un mar de baba
La cuerda se nos va acabando. Entre sus tiritas metódicas existe un leve aliento a mar helada y alguien que acaba una oración sacrosanta de boca en boca. Crees levitar en cada contracción en que tu pelo me dibuja el rostro o me roza el párpado, y desde ahí veo, con un ojo, toda la escena enmarañada de color marrón y un slip tirado en el suelo.
No hay un centro.
La taza blanca se posa como un cisne deliberadamente hermoso, la observamos (el reflejo es una sombra que se besa) al acecho de una danza de lenguas que no saben como pararse, e inquietas descansan sobre los dientes.
Tu vientre se muere y todo se hace niebla, ululan insignificantes tus llamas sobre la alfombra y piensas que es amor como el que transmiten las lágrimas de un alma virgen. No, querida, no es siempre así.
Somos la transpiración sobre tus muslos, la interferencia en tu sexo dormido, una queja insondable, y de a ratos una trompeta de Miles Davis de fondo.
Aimer, c\'est savoir dire je t\'aime sans parler, y la cuerda se nos corta entre escasa baba.