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EL AVARO (Historia)

Cassio Roberto era un hombre inteligente, bueno en los negocios, emprendedor. Padecía de un gran defecto, era avaro. Decidió abrir una ferretería con los ahorros que tenía guardado desde hacia algunos años. Una buena inversión pensó.

Comenzó a seleccionar trabajadores para su negocio, así fue como conoció a Raúl. Un joven de unos treinta años. Honrado, honesto, responsable. Había recibido una buena educación con sólidos valores humanos.

Cassio Roberto firmó con Raúl un contrato de trabajo. Nada especial. Ocho horas de trabajo de lunes a viernes, mañana y tarde. Sueldo mínimo. De las posibles propinas que recibiría no tendría que dar cuenta. Serían todas para él.

Así un 31 de enero se abrió la ferretería “Aurora” en honor de la madre de Cassio Roberto.

Raúl trabajaba duro todos los días. Le gustaba su trabajo y hasta se divertía en el mismo. Simpático, de buen humor, agradable.

La gente comenzó a frecuentar la ferretería; sobre todo por el tipo de trato que recibían de parte del empleado.

Cassio Roberto comenzó a ver que su negocio prosperaba y las arcas crecían y eso lo entusiasmó.

Un buen día llamó a Raúl a su despacho para hablar con él.

 

Mi querido Raúl. Quería hacerte una propuesta. Pensando en la gente que trabaja el viernes y no tiene oportunidad de hacer sus compras, quería abrir también los sábados. Así les damos la oportunidad de venir a comprar a nuestro negocio – le dijo – su interés fundamental era aumentar las ganancias y no tanto la gente que trabajaba los viernes.

 

Señor Cassio me parece muy bien. Siempre tendré el domingo todo el día libre – le respondió Raúl –

 

El único problema Raúl es que no te puedo pagar el sábado. Te pagaría solo tu trabajo de lunes a viernes. Esta situación de crisis nos tiene un poco jodidos a todos. Te prometo que más adelante te pagaré la jornada completa. Me avergüenzo de decirte esto muchacho, pero la verdad es que no me puedo permitir pagarte el sábado también – le dijo poniendo cara de tristeza –

 

Raúl quedó pensando un rato. También tenía sus necesidades. Sobre todo soñaba con poderse comprar una casita. Pedir la mano de Ana, su novia y formar una familia. Por temor de quedarse sin trabajo si le daba una respuesta negativa, aceptó.

 

Bueno Señor Cassio, no hay problema. Yo puedo trabajar también los sábados. Respecto al pago, pues ¿Qué le vamos a hacer? Espero que mejoremos, que las ganancias aumenten y así me pueda pagar también la jornada del sábado – le dijo con una sonrisa en los labios –

 

¡Ay muchacho! Te lo agradezco de verdad. Yo te considero como a un hijo. En cuento mejore el negocio te pago lo que te corresponde. Tranquilo mijo, ya verás que nos irá bien – le dijo mientras le daba una palmada – Ahora a trabajar se ha dicho.

 

Así comenzó Raúl a trabajar de lunes a sábado. Tenía el domingo para descansar. El negocio fue mejorando. Muchos clientes. El trabajo se multiplicaba pero Raúl no se quejaba jamás.

Un viernes Cassio llamó Raúl y le dijo: que pena contigo hijo, pero te tendrás que quedar hoy un poco más tarde, porque el camión viene con retraso. En vez de las tres de la tarde llegará a las ocho de la noche. No me puedo quedar. Tú ya estás acostumbrado y sabes cómo hacer. Te dejo la llaves. Dejas todo el orden y nos vemos mañana temprano. – le dijo sin darle espacio a decir nada -

No le quedó otra que aceptar. El camión llegó a las ocho de la noche y no terminó hasta las doce de la noche de desembarcar todo. Al terminar Raúl estaba agotado. Dejó todo en orden. Cerró y se fue a su casa.

En el camino llamó a Ana.

 

Hola mi amor ¿Cómo estás? – le dijo con voz dulce –

 

Bien, mi vida. ¿Ya terminaste? – le preguntó ella –

 

Sí mi vida, acabo de terminar ahora – le respondió –

 

¿Te das cuenta de la hora que es Raúl? Son la una de la mañana. Ese hombre te está explotando mi vida. Es un avaro de primera – le dijo preocupada –

 

No mi vida, en el fondo es un buen hombre. Tiene tantos compromisos que no podía recibir la mercancía – le respondió Raúl con voz cansada –

 

Sí claro. Te está explotando mi amor. Ya llevas más de dos meses trabajando los sábados y nada que te paga la jornada. Las pocas veces que he ido a la ferretería he visto tanta gente. Tan mal no le debe ir. Ya es hora de que te pague lo que te corresponde – le dijo ella un tanto enojada –

 

Ya lo hará mi vida, verás. Bueno ahora me voy a casa mi amor. Estoy súper cansado. Mañana nos vemos al salir del trabajo. Te invito a cenar en el chino mi vida – le dijo él –

 

Bien mi amor. Nos vemos mañana. Repósate por favor. ¡Te amo! – le respondió ella seguido de un beso sonoro –

 

Sí mi vida ¡Te amo! – le contestó él correspondiéndole con otro beso –

 

En más de una ocasión se repitió la misma historia. Algunos camiones llegaban con mercancía en retardo, pero jamás se quedaba el patrón a recibirla. No tenía ningún compromiso. Se iba a casa, cenaba (una lata de sardina, porque tenía que ahorrar) y se sentaba frente al televisor hasta las tantas. Raúl se encargaba de todo. Las ganancias seguían aumentando pero éste no le pagaba al joven su trabajo del sábado ni las horas extras. Siempre se quejaba de lo poco rentable del negocio.

 

Un día, Cassio Roberto se dio cuenta de que algunos clientes, unas vez que eran servidos, daban una generosa propina a Raúl. En el contrato él podía quedarse con la propina sin dar cuenta de ello. Identificó estos clientes y cuando llegaban a la ferretería los atendía él.

 

¡Señor alcalde! Buenos días. Venga usted por aquí que le atiendo yo mismo. Raúl no te preocupes que al señor alcalde lo atiendo yo. – decía en voz alta - Al final el alcalde daba una propina generosa, la cual se quedaba el patrón con mucha satisfacción.

Lo mismo sucedía con la mujer del alcalde. Con el cura del pueblo. Con Don Julián el dueño del abasto y con tantos otros.

Cassio Roberto quería todas las ganancias para él. No tenía ningún tipo de consideración para con su empleado. Los ingresos crecían cada vez más. Podía pagarle tranquilamente a Raúl su trabajo de los sábados, las horas extras y aumentar su sueldo si quería, pero no. Su avaricia había llegado a tal grado que siempre quiso más y más.

 

Raúl comenzó a darse cuenta de la situación. Se sintió muy mal. No merecía ser tratado de ese modo. Veía como prosperaba el negocio, pero su situación no mejoraba.

 

Un día, un proveedor se acercó a Raúl después de entregar la mercancía. Era un hombre sin escrúpulos y un oportunista.

 

Mira muchacho, no seas pendejo. El Cassio Roberto te está robando. Lo conozco desde hace muchos años. Es un avaro. Te está haciendo trabajar mucho y te paga poco. No te dejes esclavizar. Recuerda que “ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón” No pierdas la oportunidad y cuando puedas róbale. Se lo merece – le dijo con un brillo pícaro en la mirada –

 

No señor, cómo cree que voy a hacer una cosa así – le respondió el muchacho –

 

Yo tú lo pensaría. Se está haciendo rico a costillas tuyas y no te paga lo justo. No seas estúpido. No se dará cuenta de nada. Hazme caso. Cuando vayas a hacer el depósito en el banco, no deposites todo. Quédate con una cantidad tú. Él confía plenamente en ti y no se dará cuenta – le volvió a decir mientras le daba la espalda y salía de la ferretería –

 

Raúl se quedó pensativo. Sabía que Cassio no estaba siendo correcto con él. Sacudió su cabeza y regresó a trabajar tratando de no pensar más en lo que le había dicho aquel hombre.

Todos los fines de mes Raúl se encargaba de llevar dinero al banco. 

Aquel fin de mes, antes de llegar al banco, detuvo el coche. Miró el paquete de dinero y le vinieron en mente las palabras de aquel proveedor “ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”. La tentación fue enorme. Pensó en Ana, su amada Ana. Ella misma le había hecho referencia a lo avaro que era su patrón. Ahora tenía la oportunidad de vengarse.

¡No Raúl! No caigas en la tentación. No lo hagas. – la voz de su conciencia se hizo presente –

¡Pero si te está explotando! Además no se dará cuenta. Cada mes que hagas el depósito coges una buena cantidad. No seas bobo. Recuerda “ladrón que roba a ladrón….” – le dijo otra voz al interno de su cabeza –

No resistió la tentación. Abrió el sobre y cogió una cantidad de dinero que ni contó. Se la metió en el bolsillo – ¡pinche viejo avaro! – dijo en voz baja. Encendió el coche y siguió hacia el banco.

Antes de llegar al banco se detuvo de nuevo.

¡Basta! - Dijo en voz alta – ¡No puedo hacerlo!.

Sacó el dinero que había tomado y lo repuso. Llegó al banco e inmediatamente hizo el depósito. Al salir del banco sintió un gran alivio. Regresó a la ferretería. Entregó el recibo al patrón y regresó a su trabajo.

 

Don Julián, el dueño del abasto más grande de la ciudad, veía con buenos ojos a Raúl. Conocía a sus padres y sabía que eras personas de bien y honrados. Se dio cuenta que Raúl era un joven trabajador. Conocía a Cassio Roberto y sabía que era un explotador y un avaro.

Un día se acercó a la ferretería. Detuvo su coche cerca de la puerta de ingreso y esperó a que Raúl saliera de trabajar. A las 18.30 salía el muchacho cansado de todo un día de trabajo.

 

Raúl, Raúl – le llamó don Julián –

 

Raúl miró hacia donde lo estaban llamando y respondió con un saludo. Se dirigió al coche.

 

Don Julián, qué sucede? ¿Necesita algo de la ferretería? Aunque si está cerrada le puedo servir

¡No muchacho! – le interrumpió Don Julián – Ven un momento. Sube al auto. Demos un paseo que quiero hablarte de un asunto – le dijo mientras le abría la puerta –

 

Raúl, un tanto sorprendido aceptó. Subió al vehículo.

Don Julián encendió el auto y partió.

Raúl, te habrá sorprendido que te esperara al salir de tu trabajo y que te hiciera entrar en mi coche – le dijo mientras conducía – Hay algo sobre lo que te quiero hablar. Resulta que mi administrador se jubila la próxima semana. Ya tiene tantos años trabajando conmigo y necesito un hombre de mi confianza para que lo sustituya en su trabajo. Raúl, te conozco bastante bien y sé que eres un muchacho trabajador, honrado, honesto. Conozco a tus padres, personas de una pieza, con grandes valores. También conozco a tu patrón. Sé que no te está tratando como te mereces – hizo una pausa y continuó – Te hago una propuesta. Ven a trabajar conmigo como administrador. Te pagaré lo justo y tendrás algunos beneficios. Piénsalo y después me das una respuesta. No es necesario que lo hagas ahora mismo.  Pero te pido que no tardes demasiado ya que, si no aceptas, tengo que buscar a otra persona. Pero la verdad es que me gustaría que fueras tú a ocupar este cargo – terminó de hablar y esperó la reacción del joven –

 

Señor Julián. La verdad es que usted me deja sin palabras – le contestó bastante conmovido – Su propuesta me honra demasiado. Estoy pasando una situación un tanto delicada en el trabajo con don Cassio. Así que sería yo un verdadero imbécil si no aceptara su propuesta que me cae como venida del cielo – continuó con los ojos llenos de lágrimas –

 

Pues no se hable más muchacho. Me alegra que hayas aceptado. Comienzas dentro de quince días. Así puedes hablar con tu patrón para que se busque otra persona – le dijo con una sonrisa amplia en sus labios – Te llevo a tu casa. Dime exactamente donde vives y te llevo

 

No Don Julián, de verdad se lo agradezco, pero quiero darle la noticia a mis padres y a mi novia – le dijo emocionado – déjeme aquí mismito

 

Bueno, cómo quieras. - Detuvo el coche - Pásate mañana por el automercado después que termines de trabajar. Yo te espero para lo del contrato – le dijo.

 

Gracias Don Julián. A eso de las 18.30 estoy por allá – le dijo emocionado mientras bajaba del coche y se dirigía a su casa –

 

A los quince días Raúl comenzó su nuevo trabajo como administrador del automercado de Don Julián.

 

Cassio Roberto tuvo que buscar otro trabajador el cual le exigió que le pagara todos los días que trabajaría.

La ferretería comenzó a tener pérdidas. Cosa que jamás había sucedido mientras trabajaba Raúl. Un día Cassio se dio cuenta de que su nuevo trabajador le robaba. Enseguida lo botó del trabajo. Consiguió otro trabajador y lo empleó. La situación mejoró por un tiempo, pero al cabo de un año comenzaron a crecer las deudas hasta que no las pudo solventar. No solo su trabajador lo robaba, también los proveedores se aprovecharon de él. Le embargaron la ferretería y la casa hasta que pudiera pagar sus deudas. Enfermó gravemente y lo hospitalizaron. Nadie lo visitaba. Había sido abandonado de todos. A los pocos días murió amargado y renegando de su suerte.

 

(DERECHO DE AUTOR. SAFE CREATIVE. safecreative.com)