Y Dios le dijo a un burro: le lego treinta años,
para que usted los viva sin para de trabajar;
de sol a sol su espalda cargará bultos humanos...
– Pues mire solo quiero la mitad de la mitad.
Después le dijo a un perro: tendrá hasta veinte años,
para viviendo atado a los hombres custodiar;
a cambio habrá en su dieta algún desperdicio humano...
– Si me los deja en trece le prometo hasta ladrar.
Más tarde a un conejo, en un laboratorio,
le ofrece siete años por dejarse investigar;
pastillas, cirugía, un gran sanatorio humano...
– ¡Ay! Deme algunos menos, pero con más dignidad.
Por fin le dijo al hombre: tenga cuarenta años,
para que los disfrute en plena libertad;
colores, mil sabores y habilidosas manos
construya cuanta magia crea usted poder gozar...
Y entonces dijo el hombre: cuarenta años son pocos,
deme los rechazados por el sub-reino animal.
Y así es como el hombre, tras vivir cuarenta años,
trabaja como un burro por un triste jubilar.
Y luego, igual que el perro, vive otros pocos años,
a una pensión atado, sin derecho ni a ladrar;
para como el conejo, con pastilla y cirugía,
y temblorosas manos fallecer sin dignidad.
Y ahora les pregunto a los aquí presentes
¿quién nos ha puesto el sello de la Gran Humanidad?
Si somos destructores de lo que ha de ser la gente
y estamos diez peldaños por debajo del gran reino animal.