¿Por qué nos costará tanto sobrepasar la barrera del pecado?
¿Por qué tanta sevicia inveterada contra el culto del placer humano?
¿Por qué se imponen reglas de moralidad añeja
dictadas desde el capricho obtuso
de quien sabe que anciano mañoso arrepentido
de vicios y goces de febril locura saturado
en quien sabe qué épocas lejanas de lajanos pueblos
infestados de perversos dioses
que recelaban de la capacidad de goce
de un insignificante ser humanizado?
¿Por qué ellos, justamente, los que no pueden ya emplear
lo que la naturaleza les ha dado,
son quienes se empecinan tercamente en prohibir los derrames lujuriosos
que le dan pleno sabor a este plato excelso de la vida,
únicos momentos que le ponen el picante
a los aburridos días de rutina
los únicos que sirven de cemento para pegar esquivos seres
domeñados por la inquina?
¿Por qué la moral tijeretea el instinto y pretende cortar lo más grandioso,
lo que nos permite despertar con ganas
de ir a trabajar por las mañanas,
lo que nos anima a pegar nuestras babas
con las babas de otro aburrido ser debajo de las sabanas.
¿Por qué, me sigo preguntando tercamente,
lo único que nos permite trascender en el tiempo
como especie, lo tienen las religiones y las leyes
encerrado en prisiones moralistas
a sabiendas de todos y de todas
que sus barrotes se derriten
cada vez que se eleva la pasión en nuestras venas?