La fatiga sin tregua de los días
amenaza volverse meses y años.
Arrebata el vigor con que llegamos
y no devuelve el tiempo que nos quita.
Por momentos parece alternativa
fundirnos con los frutos del trabajo,
y así cobrar salario y olvidarnos
que en el trabajo se nos va la vida.
Pero pronto caemos en la cuenta
que en precio no se mide nuestro tiempo,
que toda paga injusta recompensa
resulta para todo nuestro esfuerzo.
Entonces indignada se despierta
nuestra voz contra el cielo y contra el cuerpo.