Chuparon compañeros
y ocultaron con tierra sus huesitos.
Secuestraron, violaron, torturaron,
nos robaron los hijos,
nos endeudaron, nos desocuparon,
nos vendieron a todos como esclavos.
Nos tiraron al río.
Derrocaron gobiernos,
mintieron revoluciones productivas,
regalaron lo que tanto
nos costó conseguir.
Reprimieron piquetes,
mataron jubilados,
desterraron.
Volvieron a endeudarnos
y a asfixiarnos.
Hicieron corralitos,
nos recontra endeudaron.
Nos hicieron respirar lacrimógenos
en marchas epopéyicas.
Nos balearon de goma.
Nos hidraron.
Les tiraron encima los caballos
a las viejitas de la Plaza.
Ahora nos desocupan,
nos ajustan,
nos desengrasan,
nos adelgazan,
nos tarifean,
nos inflacionan,
nos devalúan.
Y todo por el alto ideal patriótico
de sumar unos ceros
a sus cuentas off shore.
Yo nunca fui de izquierdas.
Pero estos de derechas son tan brutos
que me obligan a imaginarme yendo al Easy
a comprar una hoz
y un martillo. Grandotes.
Y pagarlos con tarjeta en doce cuotas.
Al final siempre los echamos.
En barcos, en aviones, en helicópteros,
y algunas veces, aunque las menos, en cana.
Pero los tipos estos siempre vuelven.
Se disfrazan, se empatillan, se engloban,
mutan como un virus
de computadora
o de los otros.
En fin. Lo dijo Gelman:
Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse. A resistir.
Aunque es seguro que habrá
más penas y olvidos.