Te he mirado, te he visto,
te he observado
tan detenidamente
que he intentado contar
cada uno de tus lunares visibles;
hasta me he imaginado
los que tienes escondidos,
creo que hasta
he contado de más.
Te he mirado sentada, tumbada,
de espaldas
cuando ya no quieres seguir
e intentas dar vuelta atrás,
cuando te has cansado de soñar;
intentando caer,
de golpe,
al cortar tus alas
ya cansadas de volar.
Te he mirado saltando, riendo,
cantando
a los puntos cardinales
aquella felicidad que sientes
al beber café,
al leer,
al bailar,
al caminar,
al dibujar,
al jugar,
al estar en los brazos
de alguien más.
Te he mirado pensar, reflexionar,
soñar
con cada una de esas metas
que a diario
te propones,
aunque a veces
las ves tan lejanas
y pierdes la esperanza;
aquella esperanza
que, al siguiente día,
vuelves a recobrar.
Te he mirado rota, quebrada,
goteando
por tus linternas marrón
cada vez
que alguien
las enciende
para volver a apagarlas;
desvistiendo
tu belleza mojada.
Te he imaginado, te he dibujado,
te he escrito
un millón de besos
sabor poesía;
cuando no estoy contigo
y el papel
se hace añicos
a causa del rocío
que hay en mis pestañas.
Te he mirado desde que nací,
pues empecé a vivir
al conocerte;
y no me he acercado
a sentir tu piel,
tu boca,
ni tu frente,
con mis labios.
Te he mirado miles de días
y, en este día de San Valentín,
al fin me voy
a acercar lo suficiente
para decirte mi sentir;
para que seas mi colaboradora
de canciones,
de poemas,
de reflexiones,
de novelas,
de café.
Te he mirado y sé,
que cuando lo vuelva a hacer,
volveré a sentir el miedo
de perderte
por intentar decírtelo
otra vez;
creo que
esta vez lo ignoraré.
Te he mirado, te he visto,
te he observado y,
estúpidamente,
no lo voy a volver a intentar.