No es fácil vivir:
Es lo que alguna vez escuche; tal vez no comprendía ese significado, todo para mi era de lo más sencillo, cuando aún mudaba de la infancia a la juventud y de la juventud al madurez del matrimonio.
En ciertos momentos escucho aún la voz de esos buenos consejos, de la disciplina, y la moralidad que se me fue inculcada; (como no recordar a mi viejo corrigiendo mis malas actitudes siendo un infante muy terco y caprichoso) simplemente no entendía, pensaba que ser feliz es, obtener lo que a uno se le antoje a costa de todo, aún atropellando a los demás, y miro atrás y me doy cuenta que no es así; reconociendo el trabajo que hacían mis padres conmigo, para ser mejor en todo sentido.
Hoy me veo como cualquier ser humano, y he tratado de vivir de acuerdo a esos valores y sabios consejos con los que mis padres me vieron crecer, guiaron y empujaron para abrirme las puertas de la vida.
Recuerdo algún momento donde mi madre no paraba de llorar, tratando de ser muy discreta para que no la escuchara, y me hacia mil preguntas cuales no tenían respuesta entendible a mi corta edad, y pensaba en ese momento en que llegase mi padre y consolar a mi madre, ya que en mis intentos sólo me abrazaba muy fuerte diciendo que me amaba, pero eso nunca pasaba, ya que mi madre con lágrimas en sus ojos me levantaba de un sofá donde quedaba rendido ante la espera de mi padre, para pasarme a mi cama y descansar.
Nunca me atreví a decir alguna palabra mientras me cargaba y llevaba a mi habitación, porque me dolía ver así a mi madre, tan frágil y derrotada que no quería darle más disgustos con mis preguntas tal vez tontas en ese momento.
Con el tiempo me di cuenta que casi siempre fue así.
Hoy he comprendido eso que a mi madre tanto le dolía, es tonto darse cuenta que no he roto la tradición que inconscientemente mi padre también me inculco.
Solía llegar a altas horas de la madrugada, y me encontraba con la mismas mirada que tenía mi madre, cristalina, húmeda y con unos párpados inchádos que apenas se separan uno de otro.
La primera vez me di cuenta que había encontrado las respuestas de cuando era pequeño; entendí ese llanto, empezando a carcomerme la vergüenza, la ira y el dolor que veía en mi madre.
Me arrepentí y hable con Dios, me jure a mi mismo que no volvería a ocurrir, pero algo cambio dentro de mi, y sucedió repetidas veces, y sin darme cuenta la moneda ya había dado vuelta y la vida me dio su otra cara, me cobro la factura.
Mientras yo pensaba que era el mejor y el más astuto, perdí a mi mujer, mis actos la orillaron a cambiar, y hoy que me doy cuenta que todo fue una tonta fantasía, que aposté todo lo bueno de la vida por nada, transforme a mi mujer en el objeto de otros cobardes e ilusos como lo soy yo.
No la pude perdonar, tal como ella jamás me perdono; que estúpido es querer perdón y no perdonar por lo que se pide.
Ya es muy tarde, mis hijos son la víctima más inocente de este juego, han perdido sus ilusiones al destrozar mi familia por un egoísmo de pensar que vivir es ser sólo uno mismo, hoy nos verán a sus padres en un tribunal esperando saber con quien se quedarán, y de los demás que participaron, puedo jurar que han de estar tan tranquilos fuera de este infierno que hoy se empieza a vivir.
Marc Téllez González.