Mis labios se secaron hasta no sentir,
en espera de tus besos cargados del rocío,
a terminar la sequía sin compasión
de tu ausencia,
convirtiendo mis lágrimas en granos de arena.
Mi corazón, una estalactita invernal,
anhela estar inundado con sangre
estimulada por la exitación al fundirse
nuestros cuerpos en el fuego de llamas eróticas.
Mi espíritu despedazado de mi alma
esconde de la luz traicionera del día,
poniendo al desnudo mi dolor
como un reflejo en mis ojos de luto.