I
Y déjame llorar en mi tarde peruana
de hermoso capulí, de sienes ojerosas;
deja que llore el niño por esta tarde vana
deja que lloren las rimas, también las prosas.
Porque tengo pesares que sienes dormitaron,
volver de engaños lúgrubes por la estéril probeta
prolífica del sexo que taurinos domaron;
¡ay! déjame llorando con esta pena escueta.
Es el vivir un hueso roto de un manco zurdo
que adiestrando sus horas gira en su seno absurdo
en alas trapecianas de su inmenso amaranto.
Y por eso deshora, Reina de la tristeza:
huye pronto de aquí, de las tristes vilezas
que va a saltos por el mundo llorando tanto.
II
Desde mi brazo extiendo de bursa un gran dolor
de alocadas quimeras, un destrozado sello
que se holocausta impávido de frío y de calor
hasta tocar las décimas estirges en mi cuello.
Si hijo soy de mi padre también hijo de madre,
si hermano de mi hermana soy de inocente pelo
entonces me pregunto, ¿por qué llora mi padre?
y, en su dolor somático se llena hasta de cielo.
¿Por qué brama la honda de pesadumbre a traste?
y me duelo en mi mismo por donde tú lloraste
¡ay! de vida y de muerte. ¡Qué nervudo se oyó!
Oídme hermano mío desde mi agria cicuta
en mi sangre plasmática que de pena se enluta:
Si existe algo más triste que mis versos soy yo!
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David John Morales Arriola.