He sentido que vienes
Pero te vas de aquí tan de seguido
Que no sé si eres un simple esqueleto
De ondulados vaivenes
Que asoman en el viento cual soplido
De molino mortuorio y escueto.
Te tengo a tí en mí mismo... y lo respeto,
Pero te nombran estas elegías
Como canciones a tu muerte hinchadas,
Como pasan los días
Y entran en tí en profundas llamaradas.
Nadie el dolor me siente, que me quema
Los costados del pecho hasta llegarme
Al núcleo donde nace este poema
Queriendo calcinarme.
Siento tanto en mi vida esta vileza
Que te ha llevado a otro lugar lejano...
Siento tu corazón en mi cabeza.
Siento el calor de un recuerdo en mi mano.
El sol sale temprano
Sólo para dibujar tu silueta
De fondo en el recorte de la alfombra
Y verte en niebla quieta,
Blanca al pálido giro de tu sombra.
Esfumada la fe queda tu marcha
Tendida con tu ausencia: dos puñales
Que fingen ocultarse entre la escarcha
Y saltan a mi cuello cual chacales.
Te busco en renegridos callejones
Pero al encontrarte... Te desvaneces,
Parece que vuelves con las canciones
Y luego despareces...
¡Y ya no puedo más, requiero un vino
Que me lleve a la muerte de soslayo!
Requiero un mar, un soplo vespertino,
Una verdad bajo esta piel del rayo.
Requiero lo que tú nunca me diste
Y agria se vuelve en mi boca la pena...
Torrentes de miel triste
Se desembrazan desde tu colmena.
Pesar que me recuerda la cadena
Llevada al pie. La noche y su apogeo
Son un señuelo de otro muerto falso.
Estoy vivo. Soy reo
De tu cuerpo en el vientre del cadalso.
Al borde de mi boca la agonía
Cae como en una olímpica cascada...
Mario Simón García,
Llevo en mi vida tu muerte clavada.