Fimer

Elefante Blanco.

De pronto surgen en transcurso, conceptos que no quieres escuchar, y aparecen tan así para volverte a replantear. Dirigiese una vez de camino a aquel elefante blanco que la abrigaba en su malestar, habían ya pasado meses y aquel elefante echado estaba para no inquietar. Subir hacia lo más alto no es problema cuando el miedo de incertidumbre no te deja parar de pensar, un momento que queda a la mitad sin contraparte que pueda ahora actuar. Al llegar, preguntase premuroso sobre donde ella se ha de abrigar, sin antes escuchar una barbarie de sucesos que han hecho a los árboles de en rededor lagrimar- ¡está mal, y aún no se sabe más!- son palabras peores que un engaño amoroso mal parido, o una enfermedad contestada con la conciencia del mismo entendido. Se me contó después de unas cuantas palabras más, en donde ella miraba el cielo, en la parte baja del cráneo de aquel inimaginable mente gran animal, sobre donde se situaban sus orejas. Nunca en ese tiempo la escuche hablar, pero sospechaba que al elefante algo le murmuraba sobre quien la iba a visitar. Al final son ojos de verdad los que he visto aquella vez, sin intención alguna más que de entender por qué aquel elefante aún no la ha podido sanar. Ojos, que como cristales ante destellos, al que los miran han de reflejar lo que el alma afecta y dice sin hablar.