Marcadas las primeras horas, siendo bebé aún el día
constando en el esférico que en la pared yace silente,
y cuando el gigante de fuego no asoma todavía,
si bien centelleante, ya viste de luz otros orientes.
Llegan repentinos dos tórtolos pardales
revoltosos posan a su gusto
sobre un solitario árbol casi arbusto
que de mediana talla imperceptible se resiste
en pequeño círculo de tierra que subsiste
al exterior cubierto con manto de cemento.
Rondando el uno al otro, gorriones tales
y revoloteando con celeridad en sus alas
se elevan de cuando en cuando a las alturas
con cadenciosa danza, sus minúsculas figuras.
No sé si es cortejo o es jolgorio mero, el de las criaturas
en celebración por las menudas flores amarillas
o por los peculiares frutos que sostenidos penden
de las lampiñas ramas que hacia el cielo extienden
los pequeños frutos verdes y otros rojos
por gozar de roja madurez sus envolturas.
Creo hembra y macho pueden ser
así como también intuyo, al parecer
que siendo una usanza de la naturaleza
para bendecir mi día y su amanecer
tratase de emisarios de la Divina Alteza.
Lebusla
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