Heliconidas

Edén

I

En el primer celaje de los cielos
brilló la lumbrera su expansión diurna.
Bajo una luz serena y taciturna
se moldeó un Edén de tibios anhelos.

Bajo el remanso de los cuatro ríos
se regó de ónice, oro y bedelio.
Brillante esmeralda fue tu epitelio.
Cántaro de un predecible extravío.

Fue el primer poema de la humanidad:
“Hueso de mi hueso, carne de mi carne.”
Desmadre de amor, vergüenza y orfandad.
 
Misterio arcano de binaria verdad:
Saber si los hombres descienden del cielo
o del árbol. ¡Que locura y vanidad!

II

En las vastas montañas del oriente,
del árbol de la vida y de la ciencia
se enramaron el juicio y la sentencia
a la prole mordaz de la serpiente.

Aromas vestigiales de esos hombres:
Leones del amor y de la guerra.
Hijos del ostracismo y de la tierra
que a hierro y fuego forjaron sus nombres.

Y así el tiempo fue hilando su cantar
tremebundo en el rugir de las eras,
como el oleaje incesante del mar.

“Fueron tiempos de barbarie, quizá…”
– declara con recelo el exégeta –
“Como el día de hoy y el que vendrá.”