Todos ellos sonríen
sin escuchar su tic tac ni mirar el calendario
desde esas gradas de pasos
detenidos un abril anodino sin lluvia.
Aunque no son los mismos ahora
cuando aclaran sus sonrisas
frente a mis ojos ciegos
no pueden ser otros, no pueden
ser distintos, son los mismos
de entonces, solo que esta vez sonríen
con la mirada al frente
sin mirarse entre ellos.
Al verlos me pregunto de qué modo
se fueron allá, de qué manera extraña
empezaron a estar
en todas partes
cuándo aprendieron a barrer el olvido
y las huellas que se iban en caminos de vuelta
y por qué se hicieron hojas de tristeza
para este corazón empedernido
que no entiende el verbo
sonreír que conjugan
aquellos ojos fijos
muertos.