He prolongado mis ramas sobre
el pecho ázimo de la luna,
esparciendo el sahumerio
que la neblina propone
a mis párpados...
Soy parte del quimo
que esta oscura garganta
se ha tragado,
una porción mezquina
del latido afótico
en los turbios ecos muertos.
Un río empalado en un cáñamo,
de cauce áfono,
en la espesura de las
sombras,
atravesando la intempestivas
gravas de un desierto
abismal.
Qué haré para teñir la penumbra,
sin arrancar la clorofila de las hojas,
ni pisotear las uvas
para ver si su sangre
se hace vino en la herida.
Deshacer todo con mis nerviosos
dedos, arrugar al albor
y despeinar sus dehesas
con un raspado suspiro.
Qué mordida habré de darle
al halo en mi ventana, para
exorcizar tanta desidia
por la luz.
Tanta adicción al petróleo
de mis venas,
incinerando todo latido,
hasta sellar los ojos
en el encausto caliente de la noche.
Un gélido esbozo en el ritual de
la noche...
Simplemente, nocturno!