Hombre tan desarrapado
extremado cuerpo enteco,
donde van tus pasos dime,
pies desnudos encarnados
alumbrando a los que vienen.
Cuán pesada carga llevas
como cielo y tierra juntos,
en tus breves cortos hombros
rostro púrpura denota,
las espinas, tú corona.
Cada paso dejas sangre
y su carga engrandece,
hasta dar su faz en tierra
por tres veces lo derrumba,
al que vencerá su muerte.
Perforados pies y manos
a dos maderos cruzados,
y clavado como enseña
punta de madera en tierra,
y el costado de un lanzazo.
A la tarde, de la hora tres,
el que en Belén fue nacido
encontrase su deceso,
Gólgota en Jerusalén.
Vuelto de los muertos luego
de entre ellos resucitado,
de jornada la tercera
pues no hay gran mayor ternura,
vida de él, haberla dado.
Tan antigua tu enseñanza
como cada madrugada,
tantas veces releído
cada signo de tu letra,
pero el odio aún no se ha ido.
Tantas veces de odio al prójimo
tanto al hábitat del mundo,
como sed de perecer
cuerpo y de alma hacia Luzbel,
de Jesús, nada aprendido.
Ojalá se comprendiera
las personas ellas mismas,
cada día qué se ha hecho,
de custodios designados,
por Jesús de Galilea.