¿En qué momento se nos congeló el corazón
que por siempre habíamos pensado que solo llevaría por sus venas
sangre caliente?
La indiferencia venció a la compasión
ya nada nos produce nada
y nada se transforma en una palabra inútilmente vacía
pero concretamente aplastante, nada en el fondo de nada está compuesto
la nada nadea, los vivos vivean pero también muerean llegado su tiempo
así lo sentimos
así debe ser
así será
la muerte se llevó a la vida en la ciudad cotidiana
forzosamente detenida busca desaparecerla como en dictadura
y todos nos resultamos entrañablemente extraños
casi (no) nos miramos
casi (no) queremos saber nada del otro
como si lo que encontráramos en ellos
fuera solo desolación y miseria
ya no buscamos, en el otro
el idilio prometido, un paraíso perdido
donde reposar (de) nuestros últimos días apagados
¡al contrario!
cada uno cuida (de) su espalda
cada uno vigila (de) sus pasos
pero entonces...
¿Cuál es el sentido de vivir en comunidad?
¿Y de quién fue la voluntad, de ser arrojado a una ciudad atestada de almas (?)
(¿) donde cada uno topa por lo suyo y nunca le es suficiente para satisfacer lo que temporalmente necesita?
Si no nos vamos a tener en cuenta entonces mejor vivamos encerrados
en una cabaña personal desprovistos de alimentos y de comentarios
pero, mientras vivamos rodeados de cuerpos
chocando con ellos a través de las grandes alamedas en todo momento
deberíamos entonces, mirarnos a los ojos
debemos
y quizá, pedir-nos disculpas
de alguna forma si es que fuera de alguna forma posible
(ciertamente lo será)
intentar romper la indiferencia
cimentada en nuestra apatíca conducta por años de educación descorazonada.
Vamos a tener
más problemas que soluciones
vamos a gastar
más tiempo del que tendremos para nosotros
pero solo así
lograremos a avanzar un poco
lentamente del mortal desierto de las facilidades modernas
hasta en un soñado futuro llegar a las puertas de una convivencia saludable
que con la indiferencia solo se retrocede de a poco
y el progreso sigue ilusionándote en que vas hacia adelante
cayendo a intervalos en espejismos pantanosos
es como caminar de espaldas al hogar y terminar tumbado en cama
mirando el mismo techo conocido con la boca cerrada y las manos pegadas al pecho
mientras sobre tí ponen una lapida de piedra, en silencio
y el resto de la ciudad que camina rápidamente por la calle no lo nota
y en el fondo le es indiferente.