Santiago Miranda

Frialdad

¿En qué momento se nos congeló el corazón

que por siempre habíamos pensado que solo llevaría por sus venas

sangre caliente?

La indiferencia venció a la compasión

ya nada nos produce nada

y nada se transforma en una palabra inútilmente vacía

pero concretamente aplastante, nada en el fondo de nada está compuesto 

la nada nadea, los vivos vivean pero también muerean llegado su tiempo

así lo sentimos

así debe ser

así será 

la muerte se llevó a la vida en la ciudad cotidiana

forzosamente detenida busca desaparecerla como en dictadura

y todos nos resultamos entrañablemente extraños

casi (no) nos miramos

casi (no) queremos saber nada del otro

como si lo que encontráramos en ellos

fuera solo desolación y miseria

ya no buscamos, en el otro

el idilio prometido, un paraíso perdido

donde reposar (de) nuestros últimos días apagados

¡al contrario!

cada uno cuida (de) su espalda

cada uno vigila (de) sus pasos

pero entonces...

¿Cuál es el sentido de vivir en comunidad?

¿Y de quién fue la voluntad, de ser arrojado a una ciudad atestada de almas (?)

(¿) donde cada uno topa por lo suyo y nunca le es suficiente para satisfacer lo que temporalmente necesita?

 

Si no nos vamos a tener en cuenta entonces mejor vivamos encerrados

en una cabaña personal desprovistos de alimentos y de comentarios

pero, mientras vivamos rodeados de cuerpos

chocando con ellos a través de las grandes alamedas en todo momento

deberíamos entonces, mirarnos a los ojos

debemos

y quizá, pedir-nos disculpas

de alguna forma si es que fuera de alguna forma posible

(ciertamente lo será)

intentar romper la indiferencia

cimentada en nuestra apatíca conducta por años de educación descorazonada.

 

Vamos a tener

más problemas que soluciones

vamos a gastar

más tiempo del que tendremos para nosotros

pero solo así

lograremos a avanzar un poco

lentamente del mortal desierto de las facilidades modernas

hasta en un soñado futuro llegar a las puertas de una convivencia saludable

que con la indiferencia solo se retrocede de a poco

y el progreso sigue ilusionándote en que vas hacia adelante

cayendo a intervalos en espejismos pantanosos

es como caminar de espaldas al hogar y terminar tumbado en cama

mirando el mismo techo conocido con la boca cerrada y las manos pegadas al pecho

mientras sobre tí ponen una lapida de piedra, en silencio

y el resto de la ciudad que camina rápidamente por la calle no lo nota

y en el fondo le es indiferente.