Resbala la vida por mis manos cansadas. Corre como el río que se dirige al mar.
Pensar que de niño sentía que los años no pasaban nunca. Caían lentos como gotas en un techo invernal. Ahora pasan veloz, sin tregua alguna.
Amanece sobre la Ciudad Eterna. Mi vista se pierde en el horizonte. Techos, fuentes, monumentos milenarios que le han ganado tiempo al tiempo. Cargados de secretos, de llantos, de penas, de alegrías, de silencios.
Una suave bruma serpentea en el ambiente. El tram tram diario, perezoso se despierta.
Se apagan las luces mientras la claridad echa las tinieblas.
Solo soy un minúsculo fragmento en el universo eterno del infinito. Una mínima partícula que vive una época y espacio determinado.
Mañana solo seré un leve recuerdo que lento morirá en la mente de quien me ha conocido, querido, odiado, despreciado o amado.
Quisiera perpetuar mi recuerdo, mas es vanidad mi infame deseo.
No puede ser eterno lo perecedero mas sí lo será lo inmortal. Eso que nos distingue de todos y de todo. Ese pedazo de perpetuidad.
Cada respiro, cada suspiro me recuerda que no todo queda en este lodazal. Que corta es la vida. Lo efímero pasa, queda lo esencial, ese pedacito de eternidad.